miércoles, 12 de mayo de 2010

TREMENDO CHASCO!





Por el Dr. RAFAEL LEONIDAS PÉREZ Y PÉREZ.


José Angelia y yo, de noche, estudiábamos para sendos exámenes al otro día temprano, en la UASD, en la pensión de Negrita Pelón de la entonces calle 12 luego Maniocatex.

Aparece Bolívar Gambao con “un alambique en la mente” y nos invita a tomarnos unas “frías” en un centro de diversión de la cercana calle 18 en el ensanche capitalino Quisqueya, ensanche donde vivíamos.

Le dijimos a Bolívar que no podíamos, que muchas gracias, que teníamos exámenes al otro día bien temprano en la universidad.

Insiste Bolívar con que él es el que va a pagar, que regresamos enseguida.

Entra Negrita en escena y le dice a Bolívar que nos deje quietos, que estamos estudiando.

Se va Negrita y Bolívar como la serpiente del Jardín del Edén, vuelve con lo que él es el que va a pagar, que regresamos enseguida.

José Angelia es el primero en caer ante las insinuaciones de Bolívar, y expresa: -Rafalito, vamos y regresamos enseguida. Nadamás tomaremos una.

Vi esta propuesta como un “stop” para luego proseguir estudiando (en realidad yo estaba repasando mi asignatura de ocasión porque ya la había estudiado).

Le dije a José Miguel (José Angelia) y a Bolívar: -¡Vamos!.

Llegamos al lugar de diversión caminando por la calle de tierra roja (aún no estaban pavimentadas las calles del Ensanche Quisqueya), mojada por la lluvia que previamente había caído.

Nos sentamos los tres en una mesa, sin parejas, y Bolívar pide la primera “fría” (cerveza) en botella grande.

A poco Bolívar se dirige a la barra del centro de diversión y observamos que ni corto ni perezoso se dispuso conversar con una flaca fémina, trabajadora sexual que usaba minifalda.

Llega de repente (le puse imaginariamente la música de la serie televisiva “Bonanza”) un sargento de la Policía Nacional bien fornido, tan fornido que parecía que las insignias de sargento iban a saltar al romperse las mangas cortas de la camisa de su uniforme por la presión de los enormes bíceps.

El sargento se acerca a la barra dejando previamente al conductor y otro agente del orden público, a cargo del “cepillo” en que andaban patrullando.

-¡Qué vaina esta! -dije por mis adentros.

-¡Este cerquillo militar me delata! –pensé en que como militar no debía estar en ese sitio al que nos había llevado el asiduo cliente del mismo, Bolívar Gambao, el tío.
-¡Bien, no pasó nada, se fue el sargento! –respiré al observar que el suboficial no estaba.

Noto que Bolívar tiene mucho tiempo sin sentarse y que por ende no está compartiendo con nosotros en la mesa.

Le pido a José Angelia que fuéramos a buscarle porque su ausencia tan larga nos está preocupando.

Vamos a la barra y allí al bartender le pregunto con cara de yo no fui, que hacia dónde se van las mujeres a hacer sexo con los hombres.

Me dijo muy amablemente que a unas casas por unos callejones de la parte norte (“un semillero”) de la calle en que estábamos en ese momento.

Pagamos la cuenta en su totalidad por lo consumido, y como si fuera el protagonista de una película de vaqueros, le dije a José Angelia: -¡Sígueme!.

Partimos a buscar al lugar indicado a Bolívar porque debíamos regresar para terminar de prepararnos para nuestros exámenes y ya se estaba haciendo bien tarde esa noche.

Se nos quedó la brújula y un mapa del lugar.

Bolívar varias veces en la pensión de Negrita Pelón, a nosotros y a otros nos había hablado reiteradamente del “Pega Palo”, de la yohimbina, etc., como “tonificantes” sexuales.

Estábamos chivos con lo de la potencia sexual de Bolívar.

Nos metimos José Angelia y yo por los susodichos callejones y caminando un rato, no habíamos obtenido resultado de encontrar a Bolívar sano y salvo, o por lo menos salvo, porque cuando él nos invitó ya estaba “medio chupado”, y con un vaso más de la cerveza servida en el centro de diversión de la calle 18 (luego Jaragua), ya estaba caminando como un péndulo (él se emborrachaba o emborracha enseguida con poca bebida alcohólica).

De repente, oímos ruido en una casa de madera y me dijo José Miguel: -¡Rafaelito, vamos a mirar por esa rendija para ver si es él que se fue con una trabajadora sexual!

Asentí y cuando nos disponíamos a fisgonear escuchamos salir de esa casa unas frases femeninas compatibles con un sexo en plena acción y dando excelentes resultados.

Dije (no sé si con envidia por no ser yo el macho cabrío de ese momento, o por la alegría de creer haber encontrado a Bolívar Gambao) en voz baja pero admirado:

-¡José, lo encontramos!

-¡Pero Bolívar es un duro, y uno que pensaba que era flojo!

-¡Se la está comiendo!-proseguí.

¡Oh, frustración!

¡De repente salió de otro callejón y viene hacia nosotros, Bolívar Gambao llenito de lodo rojo!

-¡Este pendejo carajo, míralo ahí! -exclamé furioso por habernos hecho perder tanto tiempo.

-¡No embrome!- proseguí hablando con José Angelia.

Hice una rápida deducción de cómo acontecieron los hechos, a saber:

Bolívar fue a la barra a contratar a la flaca trabajadora sexual.

El sargento policial era “chulo” de ella y la mujer dejó a Bolívar en la gatera.

El tiempo que Bolívar duró “desaparecido”, era buscándola a ella por los callejones donde quedaron en juntarse.

Comprobamos todo esto porque a poco tiempo vimos al sargento y la mujer, salir de la casa donde se entregaron al placer y al amor.

Ahora fuimos nosotros que invitamos a regresar a la pensión de Negrita Pelón donde residíamos, a Bolívar Gambao, nuestro gallo no “peliao” y sí “ajumao” y de lodo “pintao”.

¡TREMENDO CHASCO!

El anecdotario de Bolívar Gambao es extenso.