viernes, 15 de octubre de 2010

Sobre Rufino Pérez Mella




Rufino Pérez Mella a propósito de “El Santo Cachón”
Por el Dr. Rafael Leonidas Pérez y Pérez.

Como médico sabemos que cuando un ancestro muere, es porque el círculo de la vida indefectiblemente tiende a cerrarse (recordamos una frase en la película “En Busca del Valle Encantado” -“Piecito”- de Steven Spilberg).

Sabemos como investigador en el ámbito de la historia, que los hechos históricos suelen repetirse por la circunstancia que sea.

Las modas van y vienen.

El mundo tiene ciclos en su acontecer.

El final de la materia es relativo porque esa materia generó energía y la energía sólo se transforma.

Con el vallenato “El Santo Cachón”, muy sonado y escuchado y bailado y tarareado, motivo del estribillo del momento; nos remontamos a la época en que Rufino Pérez Mella vivía en Duvergé cuando quien escribe era muchacho y luego adolescente.

Rufino Pérez Mella mi tío segundo, si no el más, uno de los hombres más ricos del municipio que tuvo para el 1o de mayo de 1961 la visita de Trujillo casi al borde de su ajusticiamiento; fue un personaje pintoresco en toda nuestra comarca.
Con un nivel cultural a la sazón, más elevado que el de muchos, nivel alcanzado o forjado más bien como autodidacta, Rufino Pérez Mella se ufanaba -mostrando cicatrices- de haber peleado en contiendas intestinas. Siendo un ser inofensivo, recorría el pueblo exhibiendo revólver al cinto.

Se tornaba iracundo cuando los muchachos le voceaban: ¡Rufino casco e’ yeso!. Ignoraban que fue profesor entre otros puestos públicos que ocupara, y le debían mayor respeto. Su brillosa calva no era motivo para burlas (esto en otro ámbito socio-cultural).

Era de baja estatura, rechoncho, ojos glaucos, voz alta, un poco nasal.

Fue hatero en el otrora Las Damas. También comerciante con la peculiaridad de que cobraba tocando las puertas a sus deudores con su bastón casi siempre. Un perro muchas veces acompañaba al inquieto Rufinito.

Honesto a carta cabal. Hizo su fortuna en base al trabajo fuerte, serio e incesante.

Se sentía orgulloso de ser descendiente de los “Pérez Capitanejo”.

El que creía que iba a tomar un trago gratis -generalmente Pedro Domecq el que bebía de cuando en vez- en casa de Rufino Pérez Mella, se equivocaba rotundamente si no era de muy adentro de sus afectos.

El anecdotario de Rufino es inmenso.

Recuerdo cuando a quien escribe le llamaba “Mister Lucky” porque nuestra fisonomía le recordaba a un amigo anglosajón.

Cierta vez --cuentan--en la Era de Trujillo, a Rufino tocó expresar un discurso en Duvergé.

Su esposa doña Teodosia, era analfabeta (sin ofender la memoria de esta noble y buena mujer de apellido Matos, oriunda de Las Salinas entonces de Duvergé).

Le pidió Rufino a su consorte le preparara un traje blanco para el evento. El que tenía un papel -su discurso- dentro de un bolsillo le dijo. Mas, no le especificó cual traje de los blancos que tenía.

Rufino en el podium, papel en mano, pecho inflado, se aprestaba a impresionar al auditorio.
¡10 libras de azúcar!
¡5 libras de sal!
¡Ay mujer del diablo! –exclamó al final.
¡Me dio el traje con una factura! -replicó.
¡Excúseme público, excúseme! –se disculpaba en forma lastimera.
¡Esa bruta, ya verá cuando llegue! –resoplaba muerto de la vergüenza.

Una sola carcajada, al unísono, a mandíbulas batientes, se escuchó.
El auditorio en pleno reía.


Rufino se había convertido en payaso por no ser previsor. Debió cerciorarse él mismo de que llevaba su discurso.

No se cuenta el escándalo que armó en su casa a su regreso.

Todavía en nuestros oídos resuena lo que decía el cantar popular:

“Rufino Pérez Mella,
es un hombre jorocón,
en asuntos del comercio,
no lo tumba ni un ciclón”.

A cambio de que le tocaran, daba ron “lavagallos” a los músicos.

Rufino gustaba de la buena vida aunque nunca salió al exterior (por ninguna causa).

Tomaba buen trago, comía bien (también permitía que en su casa otros comieran bien), tocaba su acordeón con mucha alegría frecuentemente y, en otro lecho solía dormir (acompañado de otra fémina por supuesto).

Rufino Pérez Mella era una figura de consulta obligada en Duvergé. A él acudían los oficiales comandantes de turno, otros comerciantes de la plaza o fuera de ella, etc., a buscar consejos u opiniones. Eso sí, los visitantes se convertían en fumadores pasivos de su túbano si no eran activos.

En su “consola” desde su casa escuchábamos a todo volumen los vallenatos que tanto disfrutaba y que a veces dando brincos solía bailar.

Su fiel Luis Lebrón a quien trató más que como sobrino como un hijo, disfrutaba con sus ocurrencias las que muchas veces compartía.

El destino inexorable, rubricó el fin de Rufino Pérez Mella.

Una terrible enfermedad lo llevó pronto a la tumba. A él, siguió su esposa.

Y sólo queda en su Duvergé querido su recuerdo que no lo borrará “ni un ciclón”.

Escribiremos más en otra oportunidad sobre Rufino…

NOTA: Dos tumbas de dos esposos que no mimaron un hijo porque no lo procrearon, existen respectivamente en el cementerio nuevo de Duvergé, provincia Independencia, y en el de la Máximo Gómez en Santo Domingo, D.N. Son las de Rufino y Teodosia que el último secretario del primero (quien escribe), suele visitar cuando viaja al lar donde dio sus primeros pasos, y cuando va al referido cementerio de la capital de la República.

Lo del título sólo persigue que la sicología del pueblo devore este artículo. Sería un despropósito y un infundio pensar lo contrario.

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